El buen ejemplo
‘Vea mijo, coja ejemplo de su hermano mayor; vea cómo le está yendo de bien: con un buen puesto, con su casa propia, con su esposa e hijos y con el camino hacia el éxito marcado en su frente’. Con algunas variaciones, esta podría ser la frase de muchas madres y padres hacia sus hijos, sugiriéndoles que siguiesen el ejemplo de sus hermanos, primos o amigos, con el aparente éxito de aquellos como la incuestionable justificación. Pero a veces ni siquiera es necesario que nos lo digan nuestros padres, sino que, en nuestra autonomía, nos ponemos en la misión de seguir el buen ejemplo de nuestros hermanos mayores; esto es, claro, algo que implica seguir el mismo camino: ser un buen estudiante, tener una novia, casarse con ella, seguir los estudios hasta conseguir (al menos) una maestría, conectarse con la gente indicada, iniciar y alimentar una vida crediticia y conseguir un buen empleo. El día que la esposa del hermano lo abandona con los niños por ser tan narcisista y egoísta, en que la empresa para la que trabaja se quiebra al demostrarse la ilegalidad de sus actividades y todos sus bienes son embargados al ser incapaz de pagar las altísimas deudas con el sistema bancario (incluidas las asumidas para pagar los costosos estudios)… ese día, la madre, mirando hacia un lado, le dirá ‘vea mijo, para que no cometa los mismos errores, pero siga aspirando al mismo estilo de vida que su hermano tenía’.
Por allá a mediados del siglo XVIII nacieron nuestros hermanos mayores: Inglaterra primero, Estados Unidos y Alemania después, y muy de cerca le siguieron Francia, Bélgica y Rusia; ellos fueron los primeros hijos de esta generación de la humanidad que comenzó con la primera y segunda revolución industrial. Tuvieron una carrera ejemplar, con la gigantesca ventaja de ser pioneros en lo que hacían, hasta conseguir un nivel de vida ideal; ese sueño americano (estadounidense) o sueño europeo fue nuestra meta por muchos años, casi desde fundarnos como república, aún con una fuerte influencia de la cultura y sociedad del viejo mundo: queríamos seguir el ejemplo de nuestros hermanos mayores y, me atrevo a decir, influenciados por nuestros padres adoptivos: los bancos. Y es que la banca, tal como lo conocemos, nació casi paralela a la industria, pero adoptó a las naciones, dándoles ejemplos que hoy las tienen en la ruina. Hoy casi todos nuestros hermanos mayores están en alguna de 2 situaciones: tocaron fondo (o están en camino de hacerlo), perdiendo gran parte de los beneficios que les daba haber construido un estado de bienestar o se convirtieron mientras caían, y están tratando de construir una sociedad distinta (como es, quizás, el caso de Alemania). Triste es que no tenemos una madre que, a nuestro lado, nos aconsejara NO seguir el mismo camino; por el contrario, nuestros padres adoptivos, los bancos, nos llevan por el mismo camino que llevó a nuestros hermanos mayores a la debacle y, lo que es más triste, nos convencen que es lo mejor para nosotros (endéudense más, construyan más industrias pesadas, aumenten el consumo, etc).
La casa de arte contemporáneo (galería) belga (flamenca) Z33, ubicada en Hasselt (BE), organizó una exhibición para el Salón del Mueble de Milán 2012 llamada La Maquina. Diseñando una nueva revolución industrial (The Machine. Designing a new industrial revolution). El director artístico de la galería, Jan Boelen, explica que la revolución industrial fue una revolución para los ingenieros. Ahora los diseñadores están en el primer plano de una nueva revolución. Esta afirmación refuerza la intención de cambiar el papel que el diseño cumple en un mundo en crisis. Pero esta posición se ve multiplicada en diversos lugares de Europa y Estados Unidos, donde los devastados paisajes post-industriales abundan, y ofrecen un espacio ideal para que los diseñadores apliquen su soft power (ver Power by Design de Rick Poynor), entendiendo que no hay más lugar para ese poder duro (industrias pesadas, producción en masa, explotación de recursos, etc); uno de los ejemplos de esto es la firma de arquitectos DUS Architects quienes, en sus propias palabras, hacen arquitectura pública, que se enfoca más en trabajar en lo existente, antes que construir nuevamente (como convertir los espacios verdes de una ciudad en zonas de camping).
En países como Colombia, tendemos a tomar dos posiciones extremas al respecto de lo que viene de afuera: lo aceptamos por el simple hecho de ser extranjero o lo rechazamos por la misma razón, intentando proclamar una falsa idea de identidad nacional. Lo cierto es que casi siempre acabamos por implementarlo, querámoslo o no, y de la manera más chambona (por usar una expresión muy coloquial en Colombia), improvisada y mediocre; de hecho, toda la resistencia termina por fortalecer las iniciativas implementadas (pues la resistencia sigue teniendo al otro -hermano mayor- como referencia). Que tal si asumimos una postura crítica frente a ese ejemplo que nos dieron nuestros hermanos mayores y buscamos nuestro propio camino? Con esto no me refiero aceptar o rechazar todo lo que de ellos viene, sino aprender la lección y evitar seguir en el mismo río que lleva a la caída libre en la que ya muchos están.
Ojo, con esta publicación no quiero criticar posturas, sino hacer un llamado para que en América Latina aprovechemos la oportunidad apremiante que tenemos (¡tenemos los recursos naturales y humanos!) de mostrarle a nuestros hermanos que un modelo distinto de desarrollo es posible.